sábado, 25 de julio de 2015
La vida, la muerte, el tiempo efímero y eterno
Es
frecuente oír a la gente lamentarse de su edad. Eso me pone un poco incomoda
porque me hace notar que el tiempo es un depredador voraz.
Nos consume
a todos a su paso y prosigue.
Siempre
pienso al ver los niños, los adolescentes, los adultos y los abuelos también.
Pienso en todos los grupos de edad de hoy día y en cien años más adelante por
decir algún numero, y me doy cuenta que para ese entonces todos estarán igual
de muertos.
El abuelo y
el niñito también. ¿Y que es un siglo contemplándolo en la inmensidad del
tiempo?… absolutamente nada.
A veces siento
que es en vano todo mi esfuerzo. Sé que me voy a ir tarde o temprano. Que soy
como una circunstancia, con un principio y un fin, incierto pero certero.
No sé
cuando voy a partir pero sé que lo haré indefectiblemente.
Entonces
escribo para dejar algo de mí. Hago fotos para dejar buenas imágenes, impactos...
¿Para
quienes? Para otros mortales como yo.
Con fechas
inciertas de caducidad, que tarde o temprano, igual que todos sucumbirán ante
la muerte...hasta la nada ¿o hasta donde?
Adonde irán
a parar esas personas, yo, todos
nosotros…
¿Nos vamos
a encontrar en algún sitio, en otros tiempos?
¿Entre
medio cuantas cosas pasaran, de que forma mutaran nuestros espíritus?
¿Habrá un
lugar común para reunirse con las personas que vivieron durante diferentes
periodos?
Podrá
acercárseme alguna vez alguien que vivió, cien , doscientos, trecientos, o los
años que fueran… después que yo a felicitarme por alguno de mis logros? a decirme
que le llegó una de mis imágenes, que le sirvieron las palabras que dejé
volando por la Web, que le inspiró mi vida?
¿Podré
acercarme yo hasta algún personaje de antaño para agradecerle por sus ejemplos
y su legado?
O será que
explotará el mundo antes y no quedará vestigio de lo que fui. De lo que fueron
los otros, de lo que fuimos todos…
Me enloquece ver todas las cosas que pasaron
antes de que si quiera yo naciera, o mis padres, o los padres de mis padres. Me
cuesta entender que yo no estaba en ningún sitio, que era espacio.
Me aterra
el ciclismo del tiempo.
Me siento
terriblemente insignificante ante la eternidad.
En todos
los años que pasaron, de los que hay registros, vi de que forma evolucionamos,
poco a poco, a fuerza de mentes hábiles y corazones fuertes.
Vi volar muchos
personajes importantes, incontables mortales que dejaron hazañas increíbles.
¿Aquellos
que murieron luchando por una buena causa por ejemplo, habrán podido ver o
saber cuanto valió la pena y en que se convirtieron sus esfuerzos?
No sé donde realmente donde comienza la historia que conozco y toda la
que desconozco.
De cuantos
seres grandiosos no habrá vestigio alguno de sus existencias en los registros
que tenemos. ¿Que pensarían ellos ahora si vieran que todo el mundo ignora sus
sacrificios y contribuciones?
Por mi
pasión por las letras leo mayormente biografías de antiguos escritores y trato
de situarme en esas épocas lejanas y resulta que no es tan diferente, puedo
inclusive identificarme a pesar de lo diferente que era la forma de vivir en
ese entonces, porque los rasgos humanos son siempre los mismos.
Somos
tantos los que vamos, que venimos… que nacemos, que morimos…
No entiendo
cual es el propósito de este desfile interminable de almas.
No lo
entiendo y nada me conforma en verdad… porque si me dijeran que puedo vivir
eternamente tampoco lo comprendería.
Si la gente
viviera eternamente no habría nacimientos. ¿Porque sino cuantos seriamos sobre
la faz de la tierra? Se acabaría el espacio físico, al menos el de la vida como
la conocemos, acá en la tierra.
Tal vez
aunque me cueste muchísimo entender, muy adentro de mí tengo un pequeño chip
que viene de fabrica, que me dice que el ciclo es como es, que es correcto y
que algún día, al terminar de madurar lo voy a comprender y aceptar.
Mientras
tanto, hoy día, mientras soy joven, me aterra envejecer.
Como el
pimpollo que luego es flor hasta que se marchita.
Supongo que
será así para lograr aceptar que se aproxima el final.
Aparentemente
no alcanza la madurez emocional, de alguna forma tienen que hacerte notar que
ya no sirve el envase, para que aceptes que no podrás conservarlo por siempre. Tendrás
que entregarlo un día, como un equipo en comodato y lo que asusta más aún que
desprendernos de todo lo que conocemos, no es el cambio propiamente dicho, sino
el temor a formar parte de la nada misma…
Es
complicado comprender el universo, el
origen de los tiempos, las otras especies, el resto de los animales, el
lugar que ocupamos nosotros en ese diminuto punto azul que moramos, donde nos
sentimos soberanos aún sabiendo que hay incalculables territorios inexplorados donde
muy probablemente habiten desconocidas animas de las que nos separan años luz y
evolución.
Eventualmente
si se va un ser muy querido pondrías sentir deseos de reunirte en ese otro
plano con él. Pero no estás seguro de que eso sea posible, por que en lo
tangible, hasta donde se ve, esa persona simplemente se esfumó, no sabemos fehacientemente
otra cosa, solo se sabe que desapareció.
Y si no es
posible la reunión quizá te conforme saber que tarde o temprano correrás la
misma suerte, la misma que todo el mundo. En definitiva, supuestamente, vamos
todos a donde no sabemos, pero vamos todos al mismo lugar y nos une ese destino
común.
Tal vez ya vivimos otras vidas anteriormente y
llegamos a ésta con el disco duro formateado. Si así fuera no sé de que sirvió
todo lo que vivimos antes, si no podemos recordarlo… O será que queda como una
pequeña parte de todo, la más relevante en nuestra memoria ROM inconsciente. En
esos pequeños rasgos que tendemos a ignorar, que llamamos percepciones.
Por otro
lado en contrapunto, hay valores humanos que importan más que la propia vida.
La propia vida que teóricamente, es lo único que tenemos. Al menos es lo único
cierto que sabemos que tenemos y pese a
esto hay sentimientos que trascienden esta certeza.
En determinadas circunstancias podríamos
decidir arriesgarnos a perder esta única cosa que supuestamente tenemos por un
sentimiento. Porque aún más importante que permanecer en este plano es el amor,
porque por amor a alguien podríamos preferir marcharnos.
En un siniestro
por ejemplo, por salvar a alguien podríamos arriesgarnos a lanzarnos a la nada
misma, a desparecer, aunque este alguien no se tratase precisamente de un ser
querido, podría ser inclusive un desconocido y no estaríamos actuando entonces en
post del amor sino en post del sentido común, o de la empatía, no sé como
llamarlo, tal vez amor al prójimo. Seriamos capaces de arriesgarlo todo por
salvar a alguien que no comparte ningún lazo afectivo con nosotros y que no
sabemos siquiera quien es.
Pero sabemos
que es el ser querido de alguien más y nos idéntica este rasgo humano, nos
ponemos sus zapatos, porque todos somos un poco de cada uno, somos el otro.
No podemos
ver morir a alguien sin enloquecer un poco. Sin dimensionar nuestra propia y
absurda fragilidad. Lo efímero de nuestra humanidad.
Nuestros
cuerpos son un increíble diseño pero están programados para subsistir
determinado tiempo. Además son vulnerables a durar mucho menos si sufren algún daño. Esto nos
deja con la incertidumbre de no saber con cuanto tiempo contamos para alcanzar
nuestras metas.
Cuanta relevancia tiene lo que tildamos de
absurdo
y cuan absurdo es lo que creemos importante.
En que principio se basan nuestras convicciones
más erróneas
Quien nos hizo creer que es importante lo que
evidentemente no lo es…, porque nos creímos tantos cuentos y hasta los
interpretamos como si viviéramos sobre un gigantesco escenario, improvisando,
siempre.
sábado, 9 de mayo de 2015
Yendo en colectivo
Viajar
regularmente en colectivo supone una serie de desventajas que uno asume de
antemano y se predispone a tolerar.
Como el hecho
de verlo irse muchas veces, un segundo antes de llegar a la parada y correr inútilmente
sabiendo que el copado del chofer no te va a tener piedad.
No te va a esperar…
aunque te vea descuajeringada correr, con una mano haciendo señas de todo tipo
y con la otra dentro de la cartera, tratando de encontrar la sube a fuerza de
palpar formas entre todos los objetos innecesarios que siempre cargás.
Que
vergüenza… quedarte en la vereda balbuceando un rosario de buenos augurios para
el chofer, mientras te miran todas las filas de las paradas contiguas.
Puedo
soportar todo eso y también que el próximo colectivo pase lleno y no me pare. Que
no frene aunque me vea en medio de la calle, flameando como un pañuelo la sube
que al fin logré encontrar. Ver como estaciona un poco más adelante de la
parada, solo para bajar gente y rápidamente arrancar.
Puedo
esperar media hora más, para luego subir a un colectivo hacinado y viajar dos
cuadras colgada del último escalón. Hasta que el chofer se avive y les grite a
los pasajeros que van delante: -¡Un pasito para atrás por favor! ...¡en el
fondo hay lugar!-
Luego
extender el brazo para sacar boleto sin poder ver bien donde está el lector, (que
según el colectivo te lo van cambiando de lugar) y darle con la sube en medio
de la cara a la señora que está tratando de bajar en la próxima parada,
mientras piso un poquito a la embarazada que va sentada adelante de todo.
Puedo disculparme
veinte veces mientras intento aproximarme un poco al fondo.
Casi
siempre logro llegar hasta la mitad y acomodarme por ahí, a fuerza de solicitar
algunos permisos y propinar algún que otro empujoncito.
En cierto
momento del trayecto, pasamos por la zona de colegios, donde bajan muchos estudiantes.
Esto merma bastante la algarabía. Se acaban las carcajadas y las disparatadas conversaciones
que te hacen involuntariamente sonreír.
Pero antes
de descender te dejan un recuerdo de pines estampados, te embisten con sus gigantescas
mochilas que parecen estar cargada de adoquines sin remordimiento alguno, no
les incomoda en absoluto, no mirarán atrás y no se las quitarán por nada de sus
espaldas mientras atraviesen el estrecho pasillo hasta la puerta trasera.
Aguanto
todo… pero hay una circunstancia en particular que me molesta mucho más que
todas las demás.
Cuando al
fin empieza a decender más y más gente y comienzo a sentirme una sardina un
poco mas holgada y feliz, me predispongo a conseguir asiento y presto atención
a los que se desocupan cerca de mí.
Empiezan a
quedar huecos poco a poco, se liberan los asientos de las ventanillas.
¡Perfecto!
pero aquí me enfrento a otro problema. Se trata de una clase de egoístas
pasajeros que no logro tolerar… Son los garcas del pasillo.
Esa gente
que se sienta en el asiento doble del lado del pasillo, te ve parada ahí,
esperando poder al fin sentarte y te
mira como si fueras una ilusión óptica.
Vos estás
viendo que el asiento de la ventanilla está liberado, mirás a la persona que
esta sentada muy oronda y le decís con los ojos que se corra por favor… pero
eso no sucede. Entonces no te queda más remedio que pedir permiso de pasar.
Esperando
por supuesto que la persona deslice su trasero hasta la ventanilla, es algo muy
simple, no creo que sea mucho pedir… pero no. Solo se voltea de costado,
despejando aproximadamente diez centímetros para que puedas pasar. Entonces no
queda otra… hay que hacer una postura de arte marcial, pararse en una pierna y
sostenerse haciendo equilibrio con la cartera, la campera y Dios te ayude si
traes bolsas de compras o mas cosas en las manos.
Yo
realmente no lamento si ocasionalmente pego algún que otro codazo sin querer.
Y si tu
recorrido termina antes que el de esta persona… otra vez la odisea, porque obviamente
no piensa levantarse y dejarte pasar.
No entiendo
porque... pero no importa, por suerte eso fue lo último. Ya me toca bajar.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)