Me fascina la magia de lo abstracto. Lo que és si querés y sino és otra cosa…

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viernes, 12 de septiembre de 2008

El arbolito de plumas

Corría diciembre de 1961, cuando Lucia (mi mamá) era tan solo una niña, con la navidad muy pronta al llegar comenzaban los preparativos en su casa. Ella vivía con su mama y su hermana, y un poquito mas adelante vivían sus abuelos, con los que compartían el patio (lugar escogido para armar el arbolito) ya que solo había uno para ambas casas.
Lucia esperaba con ansias que su abuelo trajera el arbolito, le fascinaba todo el asunto de adornarlo y mientras lo hacia, ella solía pedir un deseo, un deseo de navidad. Era tan fuerte su espíritu, tan fuerte el sentir en su pecho (la navidad) que era capaz de contagiar al más sobrio.
Llegó al fin el nono (como solían llamarlo), cargando el arbolito. Lo esperaban todas en el patio, en el sitio de siempre, pero mi mamá estaba un paso mas adelante, estirando los bracitos para abrazar a su abuelo. La abuela sonriente dijo – Bueno… ¡Manos a la obra! – y comenzó a rodear con guirnaldas de colores el arbolito, que estaba echo de plumas verdes, tenia unos brochecitos que portaban velitas, estos se colocaban en los extremos de las ramas.
Al terminar quedó realmente precioso, solo faltaba una cosa, la luz, entonces el nono procedió a prender las velitas, con la ultima encendida el árbol quedó deslumbrante, brillaba por donde fuera que se mirara, y la oscuridad de la noche brindaba un contraste perfecto. Todos lo miraban con devoción, hasta que de pronto… algo no previsto ocurrió, el clima les robó el espectáculo. Una leve ventisca bastó para que una vela encendiera una pluma, esta a la de al lado, y asi sucesivamente. En un abrir y cerrar de ojos el arbolito quedo incinerado, sin poder hacer nada todos se miraron espantados, pero Lucia mantenía su mirada fija en las llamas, se reflejaban en sus ojos como un espejo. El silencio reinante se adueño de todas las miradas, que de espanto pasaron a tristeza, estaban todos muy decepcionados y sobre todo preocupados por Lucia, que permanecía inmutable.
Fue entonces cuando de sus ojitos vidriosos empezaron a correr algunas lagrimitas, se deslizaban suavemente por sus mejillas rosadas, sin ser retenidas por sus manos.
- ¡No llores Luci! – dijo su mama, intentando consolarla. Pero para sorpresa de todos, una sonrisa leve se dibujo en su rostro. Sus abuelos, su mama, y su hermana se miraban sin entender y al fin Lucia rompió el silencio, les explicó que sus lagrimas no eran de pena, sino de emoción. Ella sintió que su deseo de navidad se fundió con el fuego que envolvió su arbolito, e interpretó esto como una clara señal de que su deseo se haría realidad. (Todo cambia según la perspectiva con la que se ve).
Su familia se emocionó mucho al escuchar sus palabras y con la luz clara de su mirada le alcanzó para iluminar todas las otras, las apagadas, que se volvieron felices y brillaban más que todas las velas, de todos los arbolitos de navidad.


3 comentarios:

Paula Olivieri dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Hermoso Pau!!!

Azpeitia poeta y escritor dijo...

Tierno, inocente...lleno de ese hálito mágico que rodea a la familia, y que hace que todo sea mejor...Me he permitido meterme al principio que es el final, o al final que es el principio...es una forma de conocerte mejor y ver la calidad de tu alma...un beso desde azpeitia